El presente texto es un ensayo del libro "Arquitectura y política" de Josep María Montaner y Zaida Muxi, para discutir sobre la ciudad contemporánea. Recuerden enviar sus imágenes para la discusión de este miércoles 4 de junio.
Si
aceptamos el concepto de globalización como aquel que caracteriza la condición
contemporánea, puede utilizarse
la expresión "ciudad
global" para definir las tendencias de la ciudad a partir del
último cuarto desligo xx. En ella se hacen patentes las crisis
de un modelo urbano marcado por la funcionalización de todo el
territorio, la difusión y la dispersión de las áreas urbanas que conforman un mosaico de fragmentos sin relación
entre sí. Dicha situación viene
reforzada por la pérdida del espacio público en beneficio de intereses
sectoriales e individuales, que se apropian de la memoria y de la herencia
colectiva, reduciéndolas a meras
escenografías.
Ya
en su Dialéctica de La Ilustración,
Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, exiliados entonces en Estados Unidos,
criticaban la ciudad de Los Ángeles por su ausencia de civitas y de espacio
público. Para ellos, Los Ángeles constituía el símbolo de la crisis del
proyecto moderno iniciado por la Ilustración que anunciaba la eliminación de la interrelación entre ciudad
y persona para verse suplantada por la de ciudad y automóvil. El
análisis de Adorno y Horkheimer se convierte en una profecía sobre el consumismo
de la cultura de masas contemporánea. Al principio del capítulo "La industria
cultural" de su libro, profundizan en su crítica al individualismo y a la
vida en el suburbio: "Ya las casas más viejas en torno a los centros de
hormigón armado tienen el aire de slums, y los nuevos bungalows en los márgenes
de la ciudad muestran, como las frágiles construcciones de las exposiciones
internacionales, los lodos del progreso técnico, invitando a liquidarlos, después de un rápido uso, como latas de
conserva. Pero los proyectos urbanos diseñados para perpetuar al individuo como
ser independiente, habitando pequeñas e
higiénicas viviendas, lo someten aún más radicalmente a su antítesis, el poder absoluto del capital". En definitiva, el habitante de los suburbios
se vuelve más vulnerable y dependiente. Y, de hecho, el suburbio, hijo de la
pareja infernal casa unifamiliar/coche, ha sido la mayor estafa urbana y
territorial del siglo xx: la falsa venta de felicidad y autonomía a costa de la destrucción del
paisaje, del consumo de petróleo y del abandono de las ciudades históricas. El documental
dirigido por Gregory Greene The End of Suburbio. Oil Depletion and the Collapse of The American Dream (2004) constituye la crítica más emblemática y argumentada al
suburbio.
Ciertamente,
a lo largo del siglo XX, Los Ángeles se convirtió en un paradigma
contradictorio: ciudad del eterno veraneo, tierra de la primavera perpetua, sede de Hollywood,
fábrica de sueños y cantera para la construcción de la historia estadounidense.
Según la interpretación optimista de Reyner Banham en su texto de 1971 Los Angeles. The Architecture of Four
Ecologies, esta ciudad contendría
cuatro ecologías: los surfurbia, las colinas, las planicies del Id y la autopía. Sin embargo, desde las
interpretaciones críticas, además de ser el lugar de la crisis de la modernidad,
según Horkheimer y Adorno, Los Ángeles se convirtió contemporáneamente en el
escenario real de los saqueos Y en el anuncio apocalíptico de las crisis
ecológicas, tal como ha escrito Mike Davis.
Una ciudad basada en el consumo de energía al límite, organizada según
autopistas por las que se circula a una velocidad que impide
ver al otro y a la realidad concreta, una ciudad habitada por el miedo a
lo desconocido, donde los otros se perciben como enemigos.
Antes
de que el modelo se hiciera presente
en muchas ciudades del mundo a lo
largo de las últimas décadas del siglo
xx, Los Ángeles ya mostraba las partes esenciales de la ciudad tardo
capitalista: surgía de la formulación zonificada de La Carta de Atenas, que
encajaba con el ideal de ciudad sin azar, del individualismo, la segregación y
el consumo, y continuaba con la plasmación de la fragmentación de la ciudad global.
LAS
AUTOPISTAS
El
primer elemento urbano esencial del
urbanismo tardo racionalista son las autopistas. Suplantadoras de la calle como estructura vertebradora de
la metrópolis, las autopistas se han conformado en contra
del espacio público tradicional de la calle, convirtiéndose en la negación de su esencia. Ya a comienzos
de la era del automóvil, Henry Ford -inventor de la cadena de montaje y de la
producción en serie de miles de coches iguales- promovía al mismo tiempo la
construcción de barrios residenciales, fuera de las ciudades, accesibles solo con los vehículos privados que él mismo fabricaba. A partir de la década de 1950, la entronización de la civilización del automóvil comportó la
configuración de las ciudades a partir de las autopistas, el espacio genuino
para el automóvil y la velocidad.
El
predominio de las autopistas conlleva
un modo de vida específico basado en el aislamiento dentro
de la burbuja que supone el
automóvil, haciendo que todo esté rápidamente accesible, midiendo el tiempo y
el espacio en función de los desplazamientos en vehículo privado. El mundo real
se percibe a través de la ventana horizontal y en movimiento del parabrisas, se convierte en una ficción
lejana, en una especie de programa de televisión, en un cuadro bidimensional.
Se accede a las autopistas de la misma
manera que se enciende el televisor. Se ha creado un mundo pensado para ser
servido eficazmente desde las entradas y
salidas de las autopistas, se ha conformando lo urbano exclusivamente desde su
vampirización, desde su uso, desde su accesibilidad a través de puentes,
túneles y nudos.
La
ciudad real, ahora invisible desde la velocidad y la posición elevada del
automóvil, ya no es un lugar para el compromiso y la cultura crítica. A medida
que aumentan los sistemas de seguridad y confort (blindaje, cinturones de seguridad, parachoques, airbag, aire
acondicionado, etc.), incrementa el aislamiento en el automóvil y aumentan la
vulnerabilidad y debilidad del peatón y
el motorista frente a aquel. El tráfico se convierte en la organización
simbólica Y efectiva de la ciudad y el automóvil es su célula básica que
conforma una manera de ser individualista y competitiva, violenta e
insolidaria.
Este
es el modelo de crecimiento urbano que se desarrolló en Estados Unidos a partir de la década de
1950, cuando conscientemente se promovió la segregación social basada en las
viviendas unifamiliares: los itinerarios de los ferrocarriles se
desmantelaron para hacer autopistas,
sustituyendo los sistemas de transporte
público por una inmensa red de vías rápidas financiadas con fondos federales. Estas son las raíces de
la tendencia en las grandes ciudades a
crecer según autopistas y barrios residenciales periféricos y aislados. Además,
según este modelo de predominio del
automóvil y las autopistas, la gran ciudad se va llenando de estaciones de
servicio ubicadas en los mejores lugares, en las esquinas, y que con sus
tiendas y bares abiertos las 24 horas se convierten en sustitutos de los
auténticos negocios locales y cafeterías. Esta
estructura de autopistas que organiza lo urbano
predomina en muchas ciudades
americanas -como Los Ángeles, Miami, Houston, Cara cas, Monterrey o Santiago de Chile-, donde la ciudad es
atravesada por autopistas que pasan por
territorios sin trazas ni vida previa.
LOS
CENTROS TERCIARIOS
El
segundo elemento urbano esencial es la aglutinación de la energía empresarial y
representativa en los centros terciarios, donde dominan la densidad edilicia y
la altura de los edificios, donde los valores de la modernidad capitalista se
expresan mediante las más avanzadas tecnologías. Los centros terciarios se
proponen como espacios de diversidad y de recuperación de la vida urbana,
incluso de la memoria colectiva, sin reparar en que la ficción creada con falsa
variedad esconde una homogeneidad social estéril.
También
los centros terciarios tienden a la exclusión de los extraños y a la selección
de sus pobladores, que se estructuran a partir de los servicios de las
autopistas, del acceso rápido en vehículo privado y de la disponibilidad de grandes
áreas de aparcamiento. Si en la autopista
solo entra el propietario de un vehículo privado veloz, en el
centro terciario solo entra quien dispone de tarjetas,
tarjetas de identificación, de
crédito y de aparcamiento. Estos
sistemas drásticos de control invaden el espacio público urbano que rodea los
centros terciarios. De esta manera, las aceras más amplias quepa recen ser
plazas públicas son espacios sobre los que se extienden los dominios de la
lógica del espacio privado, aunque la apariencia formal indique lo contrario.
LOS
RASCACIELOS
Dentro
de los centros terciarios, el elemento más depredador es el rascacielos. Y
aunque bien utilizado, el rascacielos (emblema de las topologías en la Ciudad
contemporánea) es capaz de crear ciudad -véanse los ejemplos clásicos de Chicago y
Nueva York-, el uso que hace de ellos la ciudad global es especular con su tipología, que puede conseguir más
rentabilidad especulativa con menor inversión
en un entorno que queda depredado y del que se vampirizan sus mejores
cualidades, sin aportar nada a cambio.
El
rascacielos especulativo y aislado es la
máxima expresión del capitalismo, con su rechazo y desprecio por las
características topológicas, ecológicas, humanas, patrimoniales y sociales del
lugar. Además, la vida social que se podrá producir en un rascacielos siempre será muy limitada: el
rascacielos escupe el espacio público,
se aísla de la ciudad real, no permite lugares de encuentro, pues toda vida
social se centra en el vestíbulo y el ascensor, y los intercambios se hacen por
entrega a domicilio. Además, es energívoro. Basado en la climatización
artificial, obliga al uso del ascensor para cualquier movimiento, potencia una
vida insana y puede generar un efecto máscara sobre el asoleo del barrio. En definitiva, las torres en la ciudad global
son un emblema negativo de las peores características de la ciudad tardo
racionalista y del capitalismo.
EL
CENTRO COMERCIAL
En
el modelo de la ciudad global se ha ido
consolidando un tercer gran elemento: el centro comercial. Conformado por
grandes volúmenes construidos tal como sostiene George Ritzer, el centro
comercial se convierte en un auténtica
catedral del consumo. Presentes ya en los proyectos Broadacre City (1932-1935)
Y Living City (1958) de Frank Lloyd Wright, los grandes centros comerciales han
sido pensados como edificios autónomos
en cuyo interior eclosionan todo tipo de actividades dedicadas al entretenimiento y al consumo. La
artificialidad es la base para la identificación de los espacios propuestos por
los centros comerciales: se crea un ambiente de simulacro de la naturaleza, la
historia o una fantasía futurista, se establecen movimientos
"asistidos" y se introduce una
temperatura artificial y una iluminación
controlada. En definitiva, se crea un estado ideal para la estancia ilimitada
y, por tanto, con las máximas posibilidades para el consumo: un no lugar que se
pretende ajeno a todo conflicto, derecho urbano, reivindicación o reclamación.
Así, en muchas ciudades americanas y asiáticas, buena parte de la vida social y
familiar se desarrolla ya en dichos centros cerrados.
Paradójicamente, una vez se ha fagocitado la diversidad
urbana de la calle, plaza o
mercado, el interior de los centros comerciales vuelve a simularlos. Las escenografías
para centros de entretenimiento -eufemismo que esconde el consumo como único
sustento- son réplicas o simulacros de las situaciones urbanas perdidas. Un
gran centro comercial como el de Makati, el distrito de negocios de Manila, que
pretende ser un espacio verde y abierto articulado en torno a jardines y
bosques, en realidad solo permite el acceso a los consumidores que han pasado un exhaustivo control policial
y de escaneado de sus pertenencias. Entrar en este centro comercial es lo más
parecido al ingreso a una prisión. Y en este caso, la aducción del mundo exterior se completa con una iglesia de misa
diaria en el corazón ajardinado del centro comercial.
Del
mismo modo que la autopista metropolitana sustituye el papel vertebrador de la
calle, el centro comercial intenta sustituir el espacio público de la plaza, el
mercado, la galería o la calle comercial llena de pequeñas tiendas. Y cuando lo
logra, las conquistas sociales
conseguidas en el espacio público vuelven a restringirse bajo las normas, la
vigilancia y los guardias de seguridad de los centros comerciales privados y
cerrados. El centro comercial sustituye
al espacio público y lo privatiza, y en muchas ciudades desaparecen las
alternativas para el paseo o la reunión cotidiana. La paulatina sustitución de
las pequeñas tiendas y los mercadillos populares por centros comerciales impide
que las clases modestas, los inmigrantes
y los grupos nómadas se integren
en la sociedad mediante el proceso tradicional del pequeño comercio
y los puestos
de artesanía. Solo
queda la posibilidad del trabajo precario, que depende
de las grandes cadenas comerciales y de las franquicias, consumando así un cambio
de modelo y de cultura. Por ello, resulta tan importante prever en el urbanismo de los nuevos barrios
la existencia de pequeñas tiendas y negocios, que refuerzan la economía y las
redes sociales del barrio, y no los centros cerrados, que empobrecen y desertifican.
De
todas formas, no necesariamente los
centros comerciales y de ocio tienen por qué ser negativos para
las ciudades. Aunque generalmente se
trata de productos urbanos
proyectados desde fuera, que no tienen en cuenta el entorno urbano y paisajístico ni
guardan relación con la ciudad y su cultura, introvertidos, conformados como
ratoneras donde es fácil entrar Y difícil salir, pueden convertirse en
elementos que aumenten las desigualdades
sociales y los problemas de su entorno
inmediato. Sin embargo, puede
haber centros comerciales que aporten
espacios públicos, si dispo en de accesos al mismo nivel que la calle, se
atraviesan fácilmente y saben integrarse en la cultura de la ciudad, por lo que
pueden llegar a ser experiencias urbanas positivas, como es el caso de Illa
Diagonal de Rafael Moneo y Manuel de Sola-Morales (Barcelona, 1986-1993), el de San Miguel Mall of Asia del estudio
Arquitectonica (Manila, 2002-2006) o el del centro comercial en el popular
barrio de Stratford, en Londres, que sirve de paso entre la estación de bus, de
ferrocarril y de metro y el centro histórico del barrio, potenciando así la
existencia de pequeños negocios de inmigrantes.
LOS
SUBURBIOS Y LAS URBANIZACIONES CERRADAS
Por
último, una parte esencial de la ciudad global queda definida por los conjuntos residenciales cerrados, que adoptan situaciones, morfologías y tipologías muy
definidas, y que son una continuación de la tradición antiurbana del suburbio,
desarrollada tras la II Guerra Mundial.
Una
parte de la población de las grandes ciudades, ya sean de países
desarrollados o en desarrollo,
generalmente aquellos que no valoran la memoria urbana ni comprenden que la
esencia de la ciudad en la diversidad, elige vivir fuera de las ciudades en los
mal llamados barrios o comunidades cerradas, mal llamados puesto que solo son
urbanizaciones y no tienen las cualidades de un barrio ni de una comunidad. Se
trata de una especie de no lugares o espacios sin memoria, de acceso
restringido, que constituyen vulgarizaciones de una vida feliz, utópica y
sedada, donde se ha eliminado lo
incierto y lo imprevisible. Pretendido
oasis de calma y seguridad, a ellos no pueden acceder los miembros de otras
culturas y de menos recursos económicos. Una vida edulcorada y falsa en un
lugar donde todos pretenden ser iguales. Dicho fenómeno se extiende por todo
el planeta, desde Estados Unidos, México o Chile hasta la India o los
Emiratos Árabes.
Las
raíces y consecuencias del suburbio han sido ampliamente analizadas. En su
libro Las estructuras sociales de la
economía, Pierre Bourdieu explica la estrategia promovida por Albin
Chalandon, ministro de Infraestructuras de Francia en 1968, para conseguir que
el Estado se retirara del sector de la construcción gracias al desprestigio de
la vida en bloques y edificios colectivos para, a partir de 1969, promocionar
concursos internacionales de casas unifamiliares de acuerdo con las empresas
del sector. En su libro Vida urbana e
identidad personal, Richard Sennett demuestra que la razón más profunda de
la aparición del suburbio es la voluntad de intensificar los lazos de la
familia tradicional como microcosmos en una vida tranquila y sin conflictos, en
un escenario homogéneo, ajeno a la diversidad urbana. Efectivamente, la vida en
el suburbio o en la urbanización cerrada es solo para la familia nuclear
tradicional y excluye a quienes son diferentes: personas que viven solas,
parejas gais, parejas sin hijos, parejas mayores, jóvenes, separados; en
definitiva, todos aquellos que no viven en una estructura familiar
convencional, las nuevas familias o los nuevos tipos de unidades de
convivencia. Lewis Mumford explicó los efectos negativos del esparcimiento de
los suburbios tras haber abandonado la lógica del porte ferroviario y haberlo
sustituido por el tráfico privado del automóvil, que permite extender, sin
límites, las carreteras y la urbanización por el territorio. También Jane
Jacobs reivindicó la vida urbana de la ciudad densa frente a la vida en el
suburbio, una vida que se había promocionado a base de desprestigiar la ciudad
histórica.
Paradójicamente,
las urbanizaciones cerradas contemporáneas las morfologías de la ciudad jardín,
realizando en forma de suburbio dado la utopía de la ciudad con anillos verdes
de Ebenezer Howard. Estas comunidades cerradas pretenden seguir criterios
ecológicos de sostenibilidad, organizándose en torno a lagos artificiales,
campos de deporte o pistas de golf, previa eliminación en el lugar de todo rastro de manto vegetal,
de la vegetación autóctona y antigua y
del agua prexistente, unos mecanismos totalmente carentes de autenticidad, pues
ningún logro en la dirección de la sostenibilidad puede pasar por crear guetos
para élites donde se pretenda eliminar la contaminación trasladándola a sus confines.
Si
la esencia de la ciudad es su carácter público, al convertir partes de ella en privadas, esta deja de
tener su función y se convierte en una aberración. En realidad, esta negación
de la ciudad existente como lugar para la vida pública no es más que un
espejismo; el trabajo, la educación, el ocio y el suministro siguen dependiendo
de la gran ciudad que se ha abandonado.
Por
otro lado, la búsqueda de referencias históricas mitificadas a la hora de realizar las
viviendas se contradice con la imagen de
los lugares de trabajo. Mientras los centros terciarios, conformadores de este
urbanismo tardocapitalista, adoptan las formas de la alta tecnología, la
vivienda adopta una imagen tradicional, aunque ambas se basen en el máximo
control tecnológico. Paradójicamente, la tecnología como base de una vida
urbana en constante mutación elige para el hábitat una imagen bucólica,
intemporal y de falso pasado. Por ello, las tipologías arquitectónicas que se
utilizan remiten a la nostalgia arcádica de casitas unifamiliares primitivas
-bien sean de madera, ladrillo u hormigón, o vernáculas, victorianas o
mediterráneas-, todo ello bajo el control férreo de un contrato mercantil donde se recortan las libertades y se establecen los derechos
de cada quien, incluidas las
recomendaciones formales para las viviendas.
Aunque
la realidad de estas urbanizaciones cerradas para ricos se contrapone a los
barrios populares autoconstruidos -ranchos, villas miseria, favelas y
barriadas-, en el fondo forman parte del mismo sistema. El barrio cerrado
necesita al barrio autoconstruido para que lo sirvan en las tareas domésticas,
de jardinería, de reparaciones o de reparto, previo paso por el filtro del
extremo control. Es cierto que en las
décadas de 1960 y 1970 se promovieron en Latinoamérica políticas de apoyo a la
autoconstrucción que ofrecían viviendas
evolutivas que mejoraban las
infraestructuras de los barrios populares y que los integraban en la
ciudad, hasta los casos actuales de renovación de estas ideas con programas
como Favela Bairro en Río de Janeiro, Medellín
con su urbanismo social o el
concurso Elemental en Chile. Sin embargo, hemos de reconocer que los barrios
marginales constituyen una pieza más, degradada y despreciada, que es funcional
a la fragmentaria ciudad global.
Al
tiempo que se ha extendido el concepto de ciudad global, Rem Koolhaas ha acuñado la expresión
"ciudad genérica", que él ha detectado y que, en cierta manera,
justifica. La ciudad genérica no tiene historia, surge de la tabula rasa y debe
renovarse continuamente, es multirracial y multicultural, está formada
esencialmente por rascacielos y por una
"corteza de casuchas improvisadas", en ella domina el estilo
posmoderno, pues es de "estilo libre"; depende de regímenes más o menos
autoritarios y en ella "la presencia de la historia tan solo debilita su
rendimiento". La tipología favorita de la ciudad genérica es el
rascacielos y sus derivados, en la medida en que permiten el máximo
aprovechamiento del suelo con el mínimo contacto con la realidad del lugar:
torres altas para viviendas, hoteles y oficinas.
DE
LA CARTA DE ATENAS A LA CIUDAD GLOBAL
Al
analizar los componentes segregativos del modelo del urbanismo global se comprueba que, en realidad, se trata del canto de cisne del urbanismo
tardorracionalista, que no es más que la ulterior reformulación
rentable de la zonificación del urbanismo racionalista. El modelo urbano
y territorial que propone el neoconservadurismo liberal, cuyos intereses
económicos no tienen raíces en ningún lugar, no solo pretende sustituir el
entorno natural, los centros históricos,
las calles y los espacios públicos,
sino que las cuatro funciones o
partes esenciales del urbanismo
racionalista de La Carta de
Atenas -vivienda, trabajo, esparcimiento y circulación- han implosionado, por
utilizar el término de Jean Baudrillard,
y han encontrado su concreción en los cuatro elementos urbanos esenciales de la
ciudad global: habitación en la urbanización cerrada, trabajo en el centro
terciario representativo, esparcimiento y consumo en los centros comerciales y
centros de ocio, y circulación por las autopistas. La ciudad global se conforma
de una manera incluso mucho más objetual e inconexa que la ciudad moderna de La
Carta de Atenas.
De
hecho, tanto La Carta de Atenas como la ciudad global se basan en borrar la
historia de la ciudad en la medida en que debe servir de soporte a un sistema
de producción que no necesita conciencia y al que le molesta la memoria. El sueño
delirante de la tabula rasa, en la
raíz de la ciudad moderna, se ha ido reproduciendo desde Los Ángeles o
Atlanta hasta Singapur, Shanghái o Hong Kong. El crecimiento en suburbios y barrios cerrados
periféricos discurre parejo al abandono
de los centros históricos, convertidos en slums, como ya señalaron Adorno y
Horkheimer. Es entonces cuando, abandonadas a su suerte, las calles
tradicionales de los centros históricos se convierten en trinchera, en lugares
para atravesar velozmente dentro del coche, un lugar donde compiten los
vendedores ambulantes y los comercios depauperados en las plantas bajas sobre
las que la ciudad yace abandonada. Una vez depauperados, los centros se
presentan como nuevas oportunidades de negocio global. De este modo, el mercado
se convierte en el salvador y el planificador urbano que transpone la lógica del simulacro y la diversión de los centros
comerciales a la ciudad real. Prueba de
ello es la reconversión del área de Times Square, en Nueva York, encargada a la
empresa Disney en la década de 1990, donde la ciudad real se convierte en una
escenografía para el consumo seguro de la clase media suburbana, que viene a contemplar
el exotismo que les ofrece la ciudad.
No
todas las periferias de las
ciudades globales se tratan de la misma manera. El análisis de la ciudad
de Madrid permite ver claramente quién habita cada zona según usos y
funciones. La zona sur de la ciudad, históricamente el cinturón
obrero, acumula vertederos, graveras, cementeras, depuradoras, centrales
térmicas e incineradoras. Por otro lado, la zona norte acumula campos de golf y urbanizaciones
residenciales de lujo, parte de ellas
cerradas. La alta concentración de
capital financiero y representación de empresas multinacionales produce como
resultado una fuerte segregación socioeconómica que queda reflejada en el
territorio y en los medios de transporte: el transporte público para los trabajadores,
emigrantes y mujeres, las autopistas
para los coches de lujo del norte de la ciudad.
De
todas maneras, existen diferencias de
planteamiento entre el urbanismo racionalista y el tardorracionalista, ya que
el primero formaba parte de un proyecto social y ético de mejora de las
condiciones de habitabilidad y el segundo es un proyecto financiero y
especulativo. Tal como se ha explicado, otra diferencia importante entre el
modelo urbano de La Carta de Atenas y el de la ciudad globales el suburbio residencial
de baja densidad, que consume y
contamina territorio sistemáticamente. El modelo teórico
de segregación de funciones encajó perfectamente con el modelo de
construcción de territorio urbanizado propio de Estados Unidos. En su libro Building Suburbio: Green Fields
and Urban Growth,
7820-2000, Dolores Hayden explica la evolución histórica de este deseo antiurbano y antieuropeo
propugnado por las élites estadounidenses, que han llevado a Estados
Unidos a convertirse en el país que más CO2 genera por habitante, poniendo en peligro el
planeta. Pero paradójicamente, tal como narra Hayden, son estos sectores más
ricos, expansivos e insostenibles los mismos que, en sus suburbios, viven sobre
la contaminación provocada en sus
propios acuíferos.
En
definitiva, por su expansión derivada de la promoción de los ideales de vida
generados desde la publicidad, las series televisivas y las películas, el
modelo de suburbio con vivienda aislada es hoy una de las peores plagas del
planeta y uno de los mayores engaños del siglo XX. Una vez atrapados en este
modo de vida, solo quedan deudas derivadas
de los altos estándares de consumo y la constatación de que de este
modo no se alcanza la felicidad. El consumo de ansiolíticos y el alcoholismo de
las mujeres de los suburbios estadounidenses es mayor que en las ciudades, y ya
en la década de 1950 la novela Revolucionary
Road, de Richard Yates, da cuenta de ello.
Sin
embargo, mientras este modelo urbano se sigue extendiendo por el mundo,
consumiendo territorio y esparciendo las ciudades, en su país de origen,
Estados Unidos, los miembros del New Urbanism lo critican sistemáticamente por
condicionar el futuro de forma negativa. Este movimiento está empezando a
buscar alternativas que permitan superar el fenómeno proponiendo el llamado
crecimiento inteligente.16 Los mismos promotores de esa ciudad global y
desmembrada ya han visto sus cualidades nocivas y destructivas, y, por tanto,
intentan expulsar dicho modo de degradación urbana a otros países.
En
una época en la que el proyecto urbano necesita alternativas plurales, con
distintos atractores, mecanismos de sostenibilidad y estrategias para
enriquecer el territorio ambiental, el urbanismo de la ciudad global no es más
que una continuación del urbanismo racionalista que intenta construirlo más
rápido y más rentable pero que, al mismo tiempo, hipoteca cada vez más el
futuro de las ciudades y del territorio, un urbanismo que sigue estando pensado
por hombres y solo para hombres, un varón que circula con prisa en su
todoterreno acondicionado que continúa con el patrón machista propuesto por el
Modular de Le Corbusier: un hombre modelo, musculoso y de 1,82 metros de
altura. En definitiva, un urbanismo sin multiplicidad de protagonistas, anclado
en concepciones duales y antagónicas, y basado en un modelo familiar
periclitado.
Ha
llegado ya el momento de que otros protagonistas piensen y diseñen las
ciudades, de modo que frente a la dominante ciudad especulativa y segregativa
se incorporen puntos de vista plurales que puedan reinventar la ciudad humana.
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