viernes, 29 de mayo de 2015

Kenneth Frampton - Hacia un regionalismo crítico: seis puntos para una arquitectura de resistencia



Kenneth Frampton
Hacia un regionalismo crítico: seis puntos para una arquitectura de resistencia
Perspecta: The Yale Architectural Journal 20, 1983.


Si bien el fenómeno de la universalización es un avance de la humanidad, al mismo tiempo constituye una especie de destrucción sutil, no sólo de las culturas tradicionales, lo cual quizás no fuera una pérdida irreparable, sino también de lo que llamaré en lo sucesivo el núcleo creativo de las grandes culturas, ese núcleo sobre cuya base interpretamos la vida, lo que llamaré por anticipado el núcleo ético y mítico de la humanidad. De ahí brota el conflicto. Tenemos la sensación de que esta civilización única mundial ejerce al mismo tiempo una especie de desgaste a expensas de los recursos culturales que formaron las grandes civilizaciones del pasado. Esta amenaza se expresa, entre otros efectos perturbadores, por la extensión ante nuestros ojos de una civilización mediocre que es la contrapartida absurda de lo que llamaba yo cultura elemental. En todos los lugares del mundo uno encuentra la misma mala película, las mismas máquinas tragamonedas, las mismas atrocidades de plástico o aluminio, la misma deformación del lenguaje por la propaganda, etc. Parece como si la humanidad, al enfocar en masse una cultura de consumo básico, se hubiera detenido también en masse en un nivel subcultural. Así llegamos al problema crucial con el que se encuentran las naciones que están saliendo del subdesarrollo. A fin de llegar a la ruta que conduce a la modernización, ¿es necesario desechar el viejo pasado cultural que ha sido la razón de ser de una nación? He aquí la paradoja. Por un lado tienen que arraigar en el suelo de su pasado, forjar un espíritu nacional y desplegar esta reivindicación espiritual y cultural ante la personalidad colonialista. Pero a fin de tomar parte en la civilización moderna, es necesario al mismo tiempo tomar parte en la racionalidad científica, técnica y política, algo que muy a menudo requiere el puro y simple abandono de todo un pasado cultural Es un hecho: no toda cultura puede soportar y absorber el choque de la moderna civilización. Existe esta paradoja: cómo llegar a ser moderno y regresar a las fuentes, cómo revivir una antigua y dormida civilización y tomar parte en la civilización universal.

Paul Ricoeur, Historia y verdad1


1. Cultura y civilización

La construcción moderna está ahora tan condicionada universalmente por el perfeccionamiento de la tecnología que, la posibilidad de crear formas urbanas significativas, se ha visto en extremo limitada. Las restricciones impuestas conjuntamente por la distribución automotriz y el juego volátil de la especulación del terreno contribuyen a limitar el alcance del diseño urbano hasta tal punto que cualquier intervención tiende a reducirse a la manipulación de elementos predeterminados por los imperativos de la producción o a una clase de enmascaramiento superficial que el desarrollo moderno requiere para facilitar la comercialización y el mantenimiento del control social. Hoy la práctica de la arquitectura parece estar cada vez más polarizada entre un enfoque de la llamada “alta tecnología” basado exclusivamente en la producción y, por otro lado, la provisión de una “fachada compensatoria” para cubrir las ásperas realidades de este sistema universal. Vemos así edificios cuya estructura no guarda ninguna relación con la escenografía “representativa” que se aplica tanto en el interior como en el exterior de la construcción.

Hace veinte años, la interacción dialéctica entre civilización y cultura todavía proporcionaba la posibilidad de mantener cierto control general sobre la forma y la significación de la estructura urbana. Pero en las dos últimas décadas se ha producido una transformación radical de los centros metropolitanos en el mundo desarrollado. Las estructuras de la ciudad, que a principios de los años 1960 seguían siendo esencialmente del siglo XIX, han sido cubiertas progresivamente por los dos elementos simbióticos del desarrollo megalopolitano: el edificio alto autosuficiente y la sinuosa autopista. El primero ha llegado a adquirir su plena significación como el principal instrumento para obtener los grandes beneficios por el aumento del valor de la tierra que propicia la segunda. El típico centro de la ciudad que, hasta hace veinte años todavía presentaba una mezcla de barrios residenciales con industria terciaria y secundaria, se ha convertido en poco más que burolandschaft - la victoria de la civilización universal sobre la cultura modulada localmente. La penosa situación planteada por Ricoeur -es decir, “cómo llegar a ser moderno y volver a las fuentes”-2 parece circundada por el empuje apocalíptico de la modernización, mientras que la esfera donde el núcleo mítico-ético de una sociedad podría arraigar es erosionado por la rapacidad del desarrollo.

Desde los inicios de la Ilustración, la civilización se ha preocupado esencialmente de la razón instrumental, mientras que la cultura se ha dirigido a los detalles específicos de expresión, a la realización del ser y la evolución realidad psicosocial colectiva. Hoy la civilización tiende a estar cada vez más enredada en una interminable cadena de “medios y fines” en la que, según Hannah Arendt, “el a fin de se ha convertido en el contenido del ‘por el bien de; la utilidad establecida como significado genera falta de sentido”.3


2. Auge y caída de la vanguardia

La emergencia de la vanguardia es inseparable de la modernización de la sociedad y la arquitectura. Durante el último siglo y medio la cultura de vanguardia ha asumido diferentes papeles, unas veces facilitando el proceso de modernización y actuando como una forma progresista y liberadora, a veces oponiéndose virulentamente al positivismo de lacultura burguesa. En general, la arquitectura de vanguardia ha jugado un papel positivo con respecto a la trayectoria progresista de la Ilustración. Ejemplo de ello es el papel del neoclasicismo que, desde mediados del siglo XVIII en adelante, sirvió como símbolo y como instrumento para la propagación de la civilización universal. Sin embargo, a mediados del siglo XIX la vanguardia histórica asume una postura adversaria hacia los procesos industriales y la forma neoclásica. Es la primera reacción de la “tradición” al proceso de modernización, mientras el renacimiento gótico y los movimientos arts & craft adoptan una actitud categóricamente negativa hacia el utilitarismo y la división del trabajo. A pesar de esta crítica la modernización continúa y, durante la última mitad del XIX, el arte burgués se distancia de las ásperas realidades del colonialismo y la explotación paleotécnica. A fines de siglo, el Art Nouveau se refugia en la tesis compensatoria del “arte por el arte”, retirándose a mundos de ensueño nostálgicos o fantasmagóricos inspirados por el hermetismo catártico de las óperas de Wagner.

Sin embargo, la vanguardia progresiva emerge poco después del inicio de siglo, con el advenimiento del futurismo. Esta crítica inequívoca al ancien regime da origen a las principales formaciones culturales de los años veinte: purismo, neoplasticismo y constructivismo. Son la última ocasión en que el vanguardismo radical es capaz de identificarse sinceramente en el proceso de modernización. Tras la primera conflagración mundial -”la guerra para poner fin a todas las guerras”- los triunfos de la ciencia, la medicina y la industria parecían conformar la promesa liberadora del proyecto moderno. Pero en los años treinta el atraso prevaleciente y la inseguridad crónica de las masas recién urbanizadas, los trastornos causados por la guerra, la revolución y la depresión económica, seguidos por una súbita y crucial necesidad de estabilidad psicosocial frente a las crisis globales políticas y económicas, induce a un estado de cosas en el que los intereses tanto del capitalismo monopolista como del Estado están, por primera vez en la historia moderna, divorciados de los impulsos liberadores de la modernización cultural. La civilización universal y la cultura mundial no pueden servir como base para sustentar el “mito del Estado”, y una reacción-formación sucede a otra como los fundadores de vanguardia históricos sobre las piedras de la guerra civil española.

Entre estas reacciones, no es la menor la reafirmación de la estética neokantiana como sustituto del proyecto moderno culturalmente liberador. Confundidos por la intervención del estalinismo en la política y la cultura, los anteriores protagonistas de izquierda de la modernización sociocultural recomiendan una retirada estratégica del proyecto de transformar totalmente la realidad existente. Esta renuncia se predica en la creencia de que mientras persista la lucha entre socialismo y capitalismo (con la política manipuladora de la cultura de masas que este conflicto comporta necesariamente), el mundo moderno no puede seguir acariciando la perspectiva de desarrollar una cultura marginal, liberadora, vanguardista que rompería (o hablaría del rompimiento) con la historia de la represión burguesa. Cercana a l’art pour l’art, esta posición fue propuesta primero en “La vanguardia y el kitsch”, escrito por Clement Greenberg en 1939. Este ensayo concluye de una manera más bien ambigua: “Hoy nos volvemos al socialismo simplemente para la preservación de cualquier cultura viva a la que tengamos derecho ahora”.4 Greenberg volvió a formular esta posición en términos específicamente formalistas en su ensayo “Pintura moderna” de 1965:

Habiéndoles negado la Ilustración todas las tareas que podían realizar seriamente, [las artes] parecen asimilarse al puro y simple entretenimiento, y éste parece ser asimilado, al igual que la religión, a la terapia. Las artes sólo podrían salvarse de esta igualación a un nivel más bajo si demostraran que la clase de experiencia que proporcionan es valiosa por derecho propio y no puede obtenerse de ninguna otra clase de actividad.5

A pesar de esta postura intelectual defensiva las artes han seguido gravitando, si no hacia el entretenimiento, hacia la mercancía y –en el caso de lo que Charles Jencks ha calificado como arquitectura posmoderna-6 hacia la pura técnica o la pura escenografía. Los llamados arquitectos posmodernos se limitan a alimentar a los medios de comunicación y la sociedad con imágenes gratuitas y quietistas, en lugar de proponer una llamada al orden creativa tras la supuestamente demostrada bancarrota del proyecto moderno liberador. Como ha escrito Andreas Huyssens, “la vanguardia norteamericana posmodernista, no es sólo el juego final del vanguardismo. También representa la fragmentación y el declive de la cultura critica de oposición”.

Es cierto que la modernización no puede considerarse de manera simplista como liberadora in se, en parte porque el dominio de la cultura de masas desde los medios de comunicación y la industria (sobre todo la televisión que, como nos recuerda Jerry Mander, expandió su poder persuasivo un millar de veces entre 1945 y 1975)7 y en parte porque la trayectoria de la modernización nos ha llevado al umbral de la guerra nuclear y la aniquilación de toda la especie. Así el vanguardismo ya no puede mantenerse como un movimiento liberador, en parte porque su promesa utópica inicial ha sido desbancada por la racionalidad interna de la razón instrumental. Este “debate” ha sido bien formulado por Herbert Marcuse:

El a priori tecnológico es un a priori político, en la medida en que la transformación de la naturaleza implica la del hombre, y que las creaciones del hombre salen de y vuelven a entrar en el conjunto social. Cabe insistir todavía en que la maquinaria del universo tecnológico es “como tal” indiferente a los fines políticos; puede revolucionar o retrasar una sociedad (...) Sin embargo cuando la técnica llega a ser la forma universal de la producción material, circunscribe toda una cultura y proyecta una totalidad histórica: un mundo.8


3. El regionalismo crítico y la cultura del mundo

Hoy la arquitectura sólo puede mantenerse como una práctica crítica si adopta una posición de retaguardia, es decir, si se distancia igualmente del mito de progreso de la Ilustración y de un impulso irreal y reaccionario a regresar a las formas arquitectónicas del pasado preindustrial. Una retaguardia crítica tiene que separarse tanto del perfeccionamiento de la tecnología avanzada como de la omnipresente tendencia a regresar a un historicismo nostálgico o lo volublemente decorativo. Sólo una retaguardia tiene capacidad para cultivar una cultura resistente, dadora de identidad, teniendo al mismo tiempo la posibilidad de recurrir discretamente a la técnica universal.

Es necesario calificar el término retaguardia para separar su alcance crítico de políticas tan conservadoras como el populismo o el regionalismo sentimental con los que a menudo se la ha asociado. A fin de basar la retaguardia en una estrategia enraizada pero crítica, resulta útil apropiarse del término regionalismo critico acuñado por Alex Tzonis y Liliane Lefaivre en “La cuadricula y la senda” (1981); en este ensayo previenen contra la ambigüedad del reformismo regional tal como éste se ha manifestado ocasionalmente desde el último cuarto del siglo
XIX:

El regionalismo ha dominado la arquitectura en casi todos los países en algún momento de los dos siglos y medio últimos. A modo de definición general, podemos decir que defiende los rasgos arquitectónicos individuales y locales contra otros más universales y abstractos. Sin embargo, el regionalismo lleva la marca de la ambigüedad. Por un lado se le ha asociado con los movimientos de reforma y liberación; (...) por el otro, ha demostrado ser una poderosa herramienta de represión y chovinismo... Desde luego, el regionalismo crítico tiene sus limitaciones. La revuelta del movimiento populista –una forma más desarrollada de regionalismo- ha sacado a la luz esos puntos débiles. No puede surgir una nueva arquitectura sin una nueva clase de relaciones entre diseñador y usuario, sin nuevas clases de programas... A pesar de estas limitaciones criticas, el regionalismo es un puente sobre el que debe pasar toda arquitectura humanística del futuro.9

La estrategia fundamental del regionalismo crítico consiste en reconciliar el impacto de la civilización universal con elementos derivados indirectamente de las peculiaridades de un lugar concreto. De lo dicho resulta claro que el regionalismo crítico depende del mantenimiento de un alto nivel de autoconciencia crítica. Puede encontrar su inspiración directriz en cosas tales como el alcance y la calidad de la luz local, una tectónica derivada de un estilo estructural peculiar, o la topografía de un emplazamiento dado.

Pero, como ya he sugerido, es necesario distinguir el regionalismo crítico de ingenuos intentos de revivir las formas hipotéticas de los elementos locales perdidos. El principal vehículo del populismo, en contraste con el regionalismo critico, es el signo comunicativo o instrumental. Este signo no trata de evocar una percepción critica de la realidad, sino sublima un deseo de experiencia directa a través del suministro de información. Su objetivo táctico es conseguir, de la manera más económica posible, un nivel preconcebido de gratificación en términos de comportamiento. A este respecto, la fuerte atracción del populismo por las técnicas retóricas y la imaginaria de la publicidad no es en modo alguno accidental. A menos que uno se proteja contra semejante contingencia, es posible confundir la capacidad de resistencia de una práctica crítica con las tendencias demagógicas del populismo.

Puede argumentarse que el regionalismo crítico es portador tanto de la cultura mundial como vehículo de civilización universal. Resulta erróneo concebir nuestra cultura mundial del mismo modo en que nos sentimos herederos de la civilización universal, sin embargo, en la medida en que estamos en principio sujetos al impacto de ambas, no tenemos otra alternativa que considerar debidamente su interacción en la actualidad. En este sentido la práctica del regionalismo crítico depende de una doble mediación. Tiene que “deconstruir” esa cultura mundial que inevitablemente hereda y, a través de una contradicción sintética, tiene que manifestar una crítica a la civilización universal. Deconstruir la cultura mundial es apartarse de ese eclecticismo de fin de siècle que se apropió de formas extrañas, exóticas a fin de revitalizar la expresividad de una sociedad enervada. (Pensemos en la estética “forma-fuerza” de Henri van de Velde o los “arabescos-latigazos” de Victor Horta). Por otro lado, la mediación de la técnica universal supone la imposición de límites al perfeccionamiento de la tecnología industrial y postindustrial. La necesidad futura de volver a sintetizar principios y elementos procedentes de orígenes diversos y tendencias ideológicas muy diferentes está presente en la afirmación de Ricoeur:

Nadie puede decir que será de nuestra civilización cuando se hayan conocido diferentes civilizaciones por medios distintos a la conmoción de la conquista y la dominación. Pero hemos de admitir que este encuentro aún no ha tenido lugar en el nivel de un auténtico diálogo. Esta es la razón de que nos encontremos en una especie de intervalo o interregno en el que ya no podemos practicar el dogmatismo de una sola verdad y no somos todavía capaces de conquistar el escepticismo en el estamos inmersos.10

Aldo Van Eyck expresó un sentimiento paralelo cuando hacia la misma época escribió:

“La civilización occidental se identifica generalmente con la civilización como tal, en la suposición dogmática de que lo que no es como ella es una desviación, menos avanzada, primitiva o, como mucho, exóticamente interesante a una distancia segura”.11

Que el regionalismo crítico no puede basarse simplemente en las formas autóctonas de una región específica fue bien expresado por el arquitecto californiano Hamilton Harwell Harris hace casi treinta años:

Opuesto al regionalismo de restricción hay otro tipo de regionalismo, el de liberación. Consiste en la manifestación de una región que está específicamente en armonía con el pensamiento emergente de la época. Llamamos a esa manifestación “regional” sólo porque aún no ha emergido en todas partes... Una región puede desarrollar ideas. Una región puede aceptar ideas. La imaginación y la inteligencia son necesarias para ambas cosas. En California, a fines de los años veinte y en los treinta, las ideas europeas modernas encuentran un regionalismo todavía en desarrollo. Por otro lado, en Nueva Inglaterra, el modernismo europeo conoce un regionalismo rígido y restrictivo que primero presentó resistencia y luego se rindió. Nueva Inglaterra aceptó el conjunto del modernismo europeo porque su propio regionalismo se había reducido a una colección de restricciones.

La oportunidad para alcanzar una tímida síntesis entre civilización universal y cultura puede ilustrarse concretamente con la iglesia de Bagsvaerd, de Jorn Utzon construida cerca de Copenhague en 1976, una obra cuyo complejo significado surge directamente de la conjunción entre la racionalidad de la técnica normativa y la irracionalidad de la forma idiosincrásica. En tanto el edificio está organizado alrededor de una cuadrícula regular y se compone de módulos repetitivos de bloques de hormigón y unidades murales de hormigón premoldeado, podemos considerarlo justamente como resultante de la civilización occidental. Semejante sistema de construcción, que comprende una estructura de hormigón in situ con elementos de hormigón prefabricado, ha sido aplicado innumerables veces en todo el mundo desarrollado. No obstante, la universalidad de este método productivo (que en este ejemplo incluye la vidriería patentada del tejado) resulta abruptamente controvertida cuando uno pasa de la corteza modular externa a la bóveda de hormigón reforzado que cubre la nave. Se trata de un método de construcción relativamente antieconómico, seleccionado por su capacidad asociativa directa (la bóveda significa espacio sagrado) y sus múltiples referencias culturales cruzadas. Mientras que la bóveda de hormigón tiene desde hace mucho un lugar establecido dentro del canon tectónico admitido de la moderna arquitectura occidental, la sección adoptada en este caso resulta apenas familiar, y el único precedente en un contexto sagrado, es más oriental que occidental: el tejado de la pagoda china al que se refiere Utzon en su ensayo de 1963 Plataformas y mesetas.12

Aunque la bóveda principal del templo de Bagsvaerd expresa espontáneamente su naturaleza religiosa, lo hace de una manera que impide una lectura exclusivamente occidental u oriental del código por el que se constituye el espacio público y sagrado. La intención es secularizar la forma sagrada evitando el juego habitual de referencias religiosas y la gama de respuestas automáticas que las acompañan. Resulta una manera más apropiada de construir un templo en una época altamente secular, en la que cualquier alusión simbólica a lo eclesiástico suele desembocar de inmediato en las vaguedades del kitsch. No obstante, en Bagsvaerd esta desacralización reconstituye sutilmente una base renovada para lo espiritual, fundada en una reafirmación regional y ofreciendo una base para algún modo de espiritualidad colectiva.


4. La resistencia del lugar y la forma

La megalópolis -reconocida como tal por el geógrafo Jean Gottman en 1961-13 continúa proliferando en tal extremo que, con la excepción de las ciudades que se levantaron antes del cambio de siglo, ya no podemos mantener formas urbanas definidas. En los últimos veinticinco años, el campo del diseño urbano ha degenerado en tema teórico con pocas relaciones con las realidades del desarrollo moderno. Incluso las disciplinas administrativas de la planificación urbana han entrado en crisis. El destino del plan que para la reconstrucción de Rotterdam promulgado después de la segunda Guerra Mundial es sintomático y atestigua la actual tendencia a reducir toda planificación a la asignación del uso de la tierra y la logística de distribución. Hasta hace unos años el plano de Rotterdam era revisado cada diez años teniendo en cuenta lo construido en el intervalo. En 1975 este procedimiento se abandonó inesperadamente sustituyéndolo por la publicación de un plan de infraestructura no físico concebido a escala regional que se interesa casi exclusivamente en la proyección logística de los cambios en el uso de la tierra y el aumento de los sistemas de distribución existentes
.
En su ensayo de 1954 “Construir, habitar, pensar”, Martín Heidegger nos proporciona una perspectiva crítica desde donde observar esta indeterminación universal de lugar. Contra el concepto abstracto latino del espacio como un continuo más o menos interminable de componentes igualmente subdividibles a los que denomina spatium y extensio, Heidegger opone la palabra alemana equivalente a lugar: Raum. Heidegger argumenta que la esencia fenomenológica de este espacio/lugar depende de la naturaleza concreta y claramente definida de sus límites, pues “un límite no es eso en lo que algo se detiene, como reconocían los griegos, sino que es aquello a partir de lo cual algo inicia su presencia”. Aparte de confirmar que la razón abstracta occidental tiene sus orígenes en la cultura antigua del Mediterráneo, Heidegger demuestra que, etimológicamente, la palabra alemana correspondiente a construcción está estrechamente unida a las formas arcaicas de ser, cultivar y habitar, y que esta condición de “habitar” y en última instancia la de “ser”, sólo pueden tener lugar en un dominio que esté claramente limitado. Si bien podemos mostramos escépticos en cuanto al mérito de basar nuestra práctica en un concepto tan herméticamente metafísico como el de “ser”, cuando nos enfrentamos con la falta de concreción espacial en nuestro entorno moderno, nos vemos impulsados a plantear la precondición absoluta de un dominio limitado a fin de crear una arquitectura de resistencia. Solamente un límite definido permitirá que la forma construida se yerga contra -y así resistir- el interminable flujo procedimental de la megalópolis.

El lugar-forma limitado es también esencial para lo que Hannah Arendt ha denominado “el espacio de la aparición humana”, dado que la evolución del poder legítimo siempre se ha fundado en la existencia de la “polis” y en unidades comparables de forma institucional y física. Si bien la vida política de la polis griega no procedía directamente de la presencia y representación física de la ciudad-estado, exhibía en contraste con la megalópolis los atributos cantonales de la densidad urbana. Así Arendt escribe en La condición humana:

El único factor material indispensable en la generación de poder es la convivencia de la gente. Sólo cuando los hombres viven tan juntos que las potencialidades para la acción están siempre presentes, el poder permanecerá con ellos, y la fundación de ciudades, que como ciudades-estado han seguido siendo paradigmáticas para toda la organización política occidental es, en consecuencia, el requisito previo material más importante del poder.14

Nada podría estar más alejado de la esencia política de la ciudad-estado que las racionalizaciones de los planificadores urbanos positivistas tales como Melvin Webber, cuyos conceptos ideológicos de comunidad sin proximidad y de ámbito urbano no localizado no son más que eslóganes ideados para racionalizar la ausencia de todo ámbito público verdadero en la moderna motopía. El sesgo manipulador de tales utopías nunca se ha expresado más abiertamente que en Complejidad y contradicción en la arquitectura (1966) de Robert Venturi, el cual afirma que los norteamericanos no necesitan plazas, dado que están en casa viendo la televisión. Tales actitudes reaccionarias hacen hincapié en la impotencia de una población urbanizada que, paradójicamente, ha perdido el objeto de su urbanización.

Mientras que la estrategia del regionalismo crítico delineado más arriba se dirige principalmente al mantenimiento de una densidad y resonancia expresivas en una arquitectura de resistencia (una densidad cultural que bajo las condiciones actuales podría considerarse potencialmente liberadora en si misma, puesto que posibilita al usuario múltiples experiencias), la provisión de un lugar-forma es igualmente esencial para la práctica critica, puesto que una arquitectura de resistencia, en un sentido institucional, depende necesariamente de un dominio claramente definido. Tal vez el ejemplo más genérico de semejante forma urbana sea la manzana, aunque pueden citarse otros tipos relacionados, introspectivos, como la galería, el atrio, el atrio o el laberinto. Y mientras que en la actualidad estos tipos se han convertido en los vehículos para acomodar ámbitos pseudo públicos (pensemos en recientes megaestructuras de viviendas, hoteles, centros de compras, etc.), ni siquiera en estos casos podemos descartar por entero el potencial latente político y resistente del lugar y la forma.


5. Cultura contra naturaleza: topografía, contexto, clima, luz y forma tectónica

El regionalismo crítico implica necesariamente una relación dialéctica más directa con la naturaleza que las tradiciones más abstractas y formales que permite la arquitectura de la vanguardia moderna. Parece evidente que la tendencia a la tabula rasa de la modernización favorece un uso óptimo de equipos de excavación, dado que un fundamento totalmente plano se considera como la matriz más económica sobre la que basar la racionalidad de la construcción. Nos encontramos de nuevo en términos concretos con esta oposición fundamental entre civilización universal y cultura autóctona. La excavación de una topografía irregular para convertirla en un solar llano es claramente un gesto tecnocrático que aspira a una condición de falta localización absoluta, mientras que, terraplenar el mismo solar para recibir la forma escalonada de un edificio es un compromiso con el acto de “cultivar” el solar.

Está claro que semejante manera de observar y actuar nos acerca de nuevo a la etimología de Heidegger; al mismo tiempo evoca el método al que alude Mario Botta llamándolo “construcción del solar”. Es posible argumentar que en este último caso la cultura específica de la región -su historia tanto en sentido geológico como agrícola- se inscribe en la forma de realizar un trabajo. Esta inscripción, que procede de la “incrustación” del edificio en el solar, tiene muchos niveles de significado, pues tiene la capacidad de encarnar en la forma construida, la prehistoria del lugar, su pasado arqueológico y su consiguiente cultivo y transformación a través del tiempo. A través de esta estratificación del solar, las idiosincrasias del emplazamiento encuentran su expresión sin caer en el sentimentalismo.

Lo que es evidente en el caso de la fotografía es también aplicable en un grado similar a la estructura urbana existente, y lo mismo puede afirmarse de las contingencias del clima y las calidades temporalmente moduladas de la luz local. Una vez más, la modulación juiciosa y la incorporación de tales factores deben ser, casi por definición, fundamentalmente opuestas al uso óptimo de la técnica universal. Esto quizá resulte más claro en el caso del control de la luz y el clima. La ventana genérica es con toda evidencia el punto más delicado en el que estas dos fuerzas naturales interfieren con la membrana exterior del edificio, pues el ventanaje tiene una capacidad innata para inscribir en la arquitectura el carácter de una región y por ende expresar el lugar en el que la obra está situada.

Hasta fecha reciente, los preceptos admitidos de la moderna práctica de los conservadores de museos favorecía el uso exclusivo de la luz artificial en todas las galerías de arte. Quizá no ha sido suficientemente reconocido que esta encapsulación tiende a reducir la obra de arte a una mercancía, dado que ese ambiente debe colaborar para despojar la obra de lugar. Esto se debe a que nunca se permite a espectro de la luz local iluminar su superficie. Vemos como la pérdida de aura, atribuida por Walter BenjamIn a los procesos de la reproducción mecánica, surgen también de una aplicación relativamente estática de la tecnología universal. Lo contrario a esta práctica “sin lugar” sería hacer que las galerías de arte estuvieran iluminadas en lo alto mediante monitores cuidadosamente ingeniados, de modo que, mientras se evitan los efectos nefastos de la luz sola directa, la luz ambiente del volumen de exhibición cambie bajo el impacto del tiempo, la estación, la humedad, etc. Tales condiciones garantizan la aparición de una poética consciente del espacio, una forma de filtración compuesta por una interacción entre cultura y naturaleza, entre arte y luz. Este principio es claramente aplicable a todo ventanaje, al margen del tamaño y la localización. Una constante “modulación regional” de la forma surge directamente del hecho de que en ciertos climas la abertura vidriada está adelantada, mientras que en otros está retirada tras la fachada de mampostería (o, alternativamente, protegida por postigos graduables).

La manera en que tales aberturas proporcionan una ventilación apropiada también constituye un elemento poco sentimental que refleja la naturaleza de la cultura local. Aquí el principal antagonista de la cultura es el omnipresente acondicionador de aire, aplicado en todo tiempo y lugar, al margen de las condiciones climáticas locales que pueden expresar al lugar específico y las variaciones estacionales de su clima. Cada vez que estas variaciones tienen lugar, la ventana fija y el sistema de aire acondicionado accionado por control remoto son mutuamente indicadores de la dominación por la técnica universal.

A pesar de la importancia crítica de la topografía y la luz, el principio esencial de la autonomía arquitectónica reside en lo tectónico más que en lo escenográfico: es decir, que esta autonomía se encarna en los ligamientos revelados de la construcción y en la manera en que la forma sintáctica de la estructura resiste explícitamente la acción de la gravedad. Es evidente que este discurso de la carga soportada (la viga) y la carga que soporta (la columna) no puede existir cuando la estructura está enmascarada u oculta. Por otra parte, la tectónica no debe confundirse con lo puramente técnico, pues es más que la simple revelación de estereotomía o la expresión de la estructura esquelética. Su esencia fue definida en primer lugar por el esteta alemán Karl Bötticher en su libro Die Tektonik der Hellenen (1852); y tal vez lo resumió mejor el historiador de la arquitectura Stanford Anderson cuando escribió:

“Tektonik” referido no sólo a la actividad de hacer la materialmente necesaria construcción... sino más bien a la actividad que eleva esta construcción a la categoría de una forma artística. La forma funcionalmente adecuada debe adaptarse a fin de dar expresión a su función. La sensación de apoyo proporcionada por el énfasis de las columnas griegas se convirtió en la piedra de toque de este concepto de Tektonik.

Hoy la tectónica sigue siendo para nosotros un medio potencial para poner en relación los materiales, la obra y la gravedad, a fin de producir un compuesto que, de hecho, es una condensación de toda la estructura. Aquí podemos hablar de la presentación de una poética estructural más que de la representación de una fachada.


6. Lo visual contra lo táctil

La elasticidad táctil del lugar y la forma y la capacidad del cuerpo para interpretar el entorno con datos distintos a los aportados por la vista, sugieren una estrategia potencial para presentar resistencia a la dominación de la tecnología universal. Es sintomático de la prioridad dada a la vista que nos parezca necesario recordarnos que la dimensión táctil es importante para la percepción de la forma construida. Baste recordar toda una gama de percepciones sensoriales complementarias que son registradas por el cuerpo lábil: la intensidad de la luz, la oscuridad, el calor y el frío; la sensación de humedad; el aroma de los materiales; la presencia casi palpable de mampostería cuando el cuerpo percibe su propio confinamiento; el impulso de una marcha inducida y la relativa inercia del cuerpo cuando camina por el suelo; la resonancia de nuestras propias pisadas. Lucchino Visconti fue muy consciente de estos factores cuando rodó la película Los condenados, pues insistió en que el decorado principal de la mansión de Altona debería estar pavimentado con parquet de madera auténtico. Creía que sin un suelo sólido bajo los pies los actores serían incapaces de asumir posturas apropiadas y convincentes.

Una sensibilidad táctil similar resulta evidente en el acabado del espacio para la circulación pública del ayuntamiento de Saynatsalo, construido por Alvar Aalto en 1952. La ruta principal que conduce a la sala del consejo en el segundo piso está finalmente orquestada de una manera que es tan táctil como visual. La escalera de acceso no sólo está franqueada por paredes de ladrillo, sino que los escalones y montantes también están acabados en ladrillo. Así el ímpetu cinético del cuerpo al subir la escalera es frenado por la fricción de los escalones, que son “interpretados” poco después en contraste con el suelo de madera de la misma sala del consejo. Esta cámara afirma su condición honorífica por medio del sonido, el olor y la textura, por no mencionar la suave desviación del suelo (y una visible tendencia a perder el equilibrio en su superficie pulimentada). Este ejemplo deja claro que la importancia liberadora de lo táctil reside en el hecho de que sólo puede descodificarse según el punto de vista de la misma experiencia: no se puede reducir a mera información, representación o la simple evocación de un simulacro sustitutorio de presencias ausentes.

De esta manera, el regionalismo crítico trata de complementar nuestra experiencia visual normativa reorientando la gama táctil de las percepciones humanas. Al hacerlo así, se esfuerza por equilibrar la prioridad concedida a la imagen y contrarrestar la tendencia occidental a interpretar el medio ambiente en formas exclusivamente de perspectiva alejada. De acuerdo con su etimología, la perspectiva significa visión racionalizada o vista clara, y como tal presupone una supresión consciente de los sentidos del olfato, el oído y el gusto, y un distanciamiento consiguiente de una experiencia más directa del entorno. Esta limitación autoimpuesta se relaciona con lo que Heidegger ha llamado una “pérdida de proximidad”. Al tratar de contrarrestar esta pérdida, lo táctil se opone a lo escenográfico y a correr velos sobre la superficie de la realidad. Su capacidad para despertar el impulso de tocar remite al arquitecto a la poética de la construcción y a la erección de obras en las que el valor tectónico de cada componente depende de la densidad de su objeto. La unión de lo táctil y lo tectónico tiene la capacidad de trascender el mero aspecto de lo técnico de modo muy parecido al potencial que tiene el lugar y la forma para resistir el ataque implacable de la modernización global.


Notas:
1 Paul Ricoeur, «Universal Civilization and National Cultur» (1961), History and Truth (Evanston: Northwestern University Press, 1965), pp. 276/ 7.
2 Ricoeur, p-277
3 Hannah Arendt. The Human Condition (Chicago: University of Chicago Press, 1958), p. 154
4 Clement Greenberg, «Avant-Garde and Kitsch», en Gillo Dorfies, ed., Kitsch (Nueva York: Universe Books, 1969), p. 126
5 Greenberg, «Modernist Painting», en Gregory Battcock, ed., The New Art (Nueva York: Dutton, 1966), pp. 101-2.
6 Véase Charles Jencks, The Language of Post- Modem Architecture (Nueva York: Rizzoli, 1977).
7 Jerry Mander, Four Argumenis for the Elimination of Television (Nueva York: 1978), p. 134.
8 Herbert Marcuse, El hombre unidimensional (Barcelona: Seix y Barral, 1971), P. 181.
9 Alex Tzonis y Liliane Lefaivre, «The Grid and the Pathway. An introduction to the Work of Dimitris Antonakakis , Architecture in Greece, 15 (Awnas: 1981), p. 178.
10 Ricoeur, p. 283.
11 Aldo Van Eyck, Forum (Amsterdam: 1962).
12 Jorn Utzon, «Platforms and Plateaus: Ideas of a Danish Architect», Zodiac , 10 (Milán: Edizioni Communita, 1963), pp. 112-14.
13 Jean Gottman, Megalopolis (Cambridge: MIT Press, 1961).
14 Arendt, p. 201

viernes, 22 de mayo de 2015

Nikos Salingaros, Charles Jenks y el nuevo paradigma en arquitectura


Un matemático de origen griego, radicado en EE.UU., Nikos Salingaros, cuestiona los argumentos en los cuales se basan los arquitectos que ostentan el estandarte de "deconstructivistas"; y hace un recorrido por buena parte de la arquitectura de la postmodernidad. Para leer el texto, siga el siguiente enlace:

 http://www.revista-ambiente.com.ar/otras_propuestas/ot_20.htm

Nota: al final de cada página hay una flecha en la parte inferior derecha, púlsela para continuar la lectura o seguir los siguientes enlaces (son 5 páginas en total):

http://www.revista-ambiente.com.ar/otras_propuestas/ot_20_a.htm
http://www.revista-ambiente.com.ar/otras_propuestas/ot_20_b.htm
http://www.revista-ambiente.com.ar/otras_propuestas/ot_20_c.htm
http://www.revista-ambiente.com.ar/otras_propuestas/ot_20_d.htm 

sábado, 16 de mayo de 2015

Robert Venturi y el revivalismo histórico

Denise Scott Brown y Robert Venturi  
Gansadas y decoración. El edificio Anuncio
(1968)
AA.VV., Textos de arquitectura de la modernidad, Nerea, Madrid, 1994, pp. 139-441
 
Según Loos, la decoración era pecado; Perry creía que siempre escondía un defecto de la construcción. Los estilistas internacionales creían que era válida como joie de l'esprit de los artesanos que trabajaban en las grandes cate drales esculpiéndolas con sus manos a mayor gloria de Dios, pero que en la era de la máquina la relación personal con los materiales y la construcción se ha perdido y, por tanto, el objeto de la decoración; y la misma joie de l'esprit se expresaría por el uso bello y preciso de los elementos constructivos hechos por la máquina y por los elocuentes espacios del mismo edificio. Todo el edificio es la decoración.
Esto puede haber sido literal e irónicamente más cierto de lo que se ha pensado. Ahora se acepta la pintura y la escultura contemporáneas como fuentes formales de la primitiva arquitectura moderna -todos los edificios de este período, de hecho, parecían esculturas constructivistas o pinturas cubistas. Pero ocurría a un nivel inconsciente. En arquitectos como Le Corbusier, que vivían intensamente en contacto con las artes, eso se reflejó en su obra.
Un vocabulario de formas, adquirido conscientemente o no, es quizá tan importante en el proceso de síntesis que se obtiene de los requerimientos funcionales de un edificio, como los ladrillos. Tanto si se llama "composición" u "organización plástica" debe haber una filosofía que la rija. Esta filosofía puede ser más o menos útil según lo que ayude a relacionar las formas con los requerimientos.
 
Más tarde, los arquitectos tomaron demasiado al pie de la letra el dictado funcionalista y permitieron que el vocabulario formal (todavía no admitido) se embruteciera. No admitimos la importancia de tener una filosofía de las formas, porque un buen edificio puede alzarse como una Venus, solamente a partir de requerimientos funcionales. Pero, al ser esto imposible, un repertorio de Le Corbusieres, van der Rohes o Lou Kahnes de segunda mano se infiltran solapadamente mientras se vocean las devociones de cada uno sobre el antiformalismo.
Si la decoración aplicada es todavía tabú, el edificio entero es todavía decoración. Sólo artistas como Le Corbusier, sensibles a lo que están negando, no han caído en ello, por lo que los vocabularios formales son torpes, trasnochados y desfasados en relación con las necesidades de hoy. Cuanto más interés tienen los intentos de nuestros mejores arquitectos de vanguardia en la amanerada complejidad que deriva supuestamente de la estructura y del programa, menos interesantes son sus edificios: pueden levantarse sobre pilotes innecesarios, encorsetarse en varillas de hierro oxidado, retranquear en planta y sección diez pisos, conseguir veinte apartamentos con "espacios malos", o meter a toda una multitud atolondrada en una piazza que no se utiliza. Deforman profundamente su arquitectura con el único fin de lucirse, pero consiguen que no tenga "decoración".
 
Creemos que un nuevo interés por la arquitectura de comunicación que implica simbolismo y distintos medios de expresión nos conducirá a revalorizar los estilos eclécticos y pintorescos del siglo pasado, a apreciar nuestra propia arquitectura comercial -arquitectura Pop, por decirlo así- y, finalmente, a afrontar la cuestión de la decoración. Hemos distinguido en un artículo anterior dos tipos de heráldica en el entorno comerciaUel rótulo que es el edificio (p. ej., el ganso junto a la carretera, lanzado a la fama por primera vez en el libro de Peter Blake) y el rótulo que sirve de fachada al edificio. El primero distorsiona la función menos importante del interior, el comer, en favor de la función más importante del exterior, atraer al cliente. El segundo, aplicadoal edificio o separado de él por el aparcamiento, permite que la modesta función de comertenga lugar sin distorsionarse en un edificio modesto, hecho expresamente para esta función, no interviene en la función simbólica (no tiene por qué coincidir y probablemente es más barato y sencillo que no coincidan).
 
Nuestra tesis es que la mayoría de los edificios de los arquitectos de hoy son gansos: edificios en los que la finalidad expresiva lo ha distorsionado todo más allá de los límites de la economía y la comodidad; y que esto es, aunque no se admita, un tipo de decoración, aunque equivocado y caro. Mejor sería que se admitiera de una vez la necesidad y que se aplicara la decoración allí donde se precisa, no en la forma que lo hicieron los victorianos sino, para ajustarnos a nuestros tiempos, con la misma facilidad que se pegan los anuncios a su superestructura; está yuxtapuesta al edificio para permitir que éste vaya por su propio camino convencional, y no se distorsione más que por las barras y las pasarelas funcionales de la superestructura. Ésta es una aproximación más sencilla, más barata, más directa y básicamente más honesta a la cuestión de la decoración; permite que sigamos con nuestro trabajo de hacer edificios convencionales y tratar las necesidades simbólicas de un modo más sutil y hábil. Puede llevarnos a revalorizar la horripilante afirmación de Ruskin: "La arquitectura es la decoración de la estructura", añadiéndole, sin embargo, la advertencia de Pugin: "Está muy bien decorar la construcción, pero nunca construir decoración".


Robert Venturi
Aprendiendo de Las vegas
(1972)
Robert Venturi, Aprendiendo de Las Vegas, ed. Gustavo Gili, Barcelona 1992, pp. 26-29

Los anuncios están casi bien

Los arquitectos capaces de aceptar las lecciones de la arquitectura vernácula primitiva, tan fácil de captar en una exposición como «Arquitectura sin arquitectos», así como de la arquitectura vernácula industrial, tan fácil de adaptar a un lenguaje vernáculo del espacio y la electrónica como a las complicadas megaestructuras neobrutalistas o neoconstructivistas, no reconocen fácilmente la validez de lo vernáculo comercial. Para el artista, crear lo nuevo puede significar elegir lo antiguo o lo existente. Los artistas pop supieron volver a aprender esta verdad. Nuestro reconocimiento de la arquitectura comercial a la escala de la autopista, se sitúa, pues, dentro de esta tradición.

Lo que ha hecho la arquitectura moderna no ha sido tanto excluir lo comercial vernáculo como intentar apoderarse de ello inventando y forzando un idioma vernáculo propio, mejorado y universal. Ha rechazado la combinación de las Bellas Artes con el arte vulgar. El paisaje italiano ha armonizado siempre lo vulgar y lo vitruviano: los contorni entorno al duomo, el lavadero del portiere frente al ortone del padrone, el Superp cortemaggiore frente al ábside románico. En nuestras fuentes nunca han jugado niños desnudos, y jamás I. M. Pei será feliz en la carretera 66.

La arquitectura como espacio

Los arquitectos se han sentido fascinados ante un solo elemento del paisaje urbano de Italia: la piazza. Es más fácil que a uno le guste ese espacio tradicional, intrincadamente cerrado y concebido a la escala del peatón, que la ramificación espacial de la carretera 66 o de Los Angeles. Los arquitectos se han criado en el espacio, y el espacio cerrado es lo más fácil de manejar. Durante los últimos cuarenta años, los teóricos de la arquitectura moderna (con la excepción en ocasiones de Wright y Le Corbusier) se han centrado en el espacio como ingrediente esencial que diferencia la arquitectura de la pintura, la escultura y la literatura. Sus definiciones glorifican la unicidad de ese medio; y aunque a veces se permita a la escultura y la pintura ciertas características espaciales, la arquitectura escultórica o pictórica es inaceptable porque el espacio es sagrado.

La arquitectura purista fue en parte una reacción contra el eclecticismo del siglo XIX. Las iglesias góticas, los bancos renacentistas y las casas solariegas jacobitas eran francamente pintorescas. Mezclar estilos significaba mezclar medios. Ataviados con estilos históricos, los edificios evocaban asociaciones explícitas y alusiones románticas al pasado para transmitir un simbolismo literario, eclesiástico, nacional o programático. No bastaban las definiciones de la arquitectura como espacio y forma al servicio del programa y la estructura. Es posible que el solapado de disciplinas diluyera la arquitectura, pero en cambio enriqueció el significado. Los arquitectos modernos abandonaron una tradición iconológica en la cual la pintura, la escultura y el grafismo se combinaban con la arquitectura. Los delicados jeroglíficos de un audaz pilón, las inscripciones arquetípicas de un arquitrabe romano, las procesiones en mosaico de San Apolinar, los ubicuos tatuajes que cubren las capillas del Giotto, las jerarquías distribuidas en torno a los pórticos góticos, e incluso los frescos ilusionistas de las villas venecianas, contienen mensajes que trascienden su contribución ornamental al espacio arquitectónico. La integración de las artes en la arquitectura moderna se ha considerado siempre buena, pero nadie pintó sobre Mies. Los paneles pintados flotaban independientes de la estructura mediante juntas ocultas; la escultura estaba dentro o cerca del edificio pero rara vez sobre él. Los objetos artísticos se utilizaban para reforzar el espacio arquitectónico a expensas de su propio contenido. El KoIbe del Pabellón de Barcelona sólo servía para realzar los espacios dirigidos: el mensaje era básicamente arquitectónico. Los diminutos rótulos sólo contenían, en la mayoría de los edificios modernos, los mensajes estrictamente necesarios, como Señoras, acentos menores cicateramente aplicados.

La arquitectura como símbolo

Los críticos e historiadores, que documentaron el «declinar de los símbolos populares» en el arte, defendían a los arquitectos modernos ortodoxos, quienes rehuían el simbolismo de la forma como expresión o refuerzo del contenido: el significado había de comunicarse no mediante la alusión a formas previamente conocidas sino mediante las características fisionómicas inherentes a la forma. La creación de la forma arquitectónica sería un proceso lógico, libre de imágenes de la experiencia pasada y exclusivamente determinado por el programa y la estructura, con la ayuda ocasional, como ha dicho Alan Colquhoun, de la intuición.

Pero algunos críticos actuales han cuestionado el posible nivel de contenido a derivar de las formas abstractas. Otros han demostrado que los funcionalistas, a pesar de sus protestas, desarrollaban un vocabulario formal propio inspirado principalmente en los movimientos artísticos en boga y en los lenguajes vernáculos industriales; y los más recientes seguidores, como el grupo Archigram, han vuelto su mirada al Pop Art y la industria espacial, pese a protestas similares. Sin embargo, la mayoría de los críticos han menospreciado la iconología continuadora que se da en el arte comercial popular, la heráldica persuasiva que impregna todo nuestro entorno, desde las páginas publicitarias de The New Yorker hasta los superpaneles electrónicos de Houston. Y su teoría sobre el «envilecimiento» de la arquitectura simbólica en el eclecticismo del siglo XIX ha cerrado sus ojos al valor de esa arquitectura representacional que se da a lo largo de las carreteras. Los que reconocen este eclecticismo de carretera lo denigran porque hace alarde tanto del cliché de una década atrás como del estilo de hace un siglo. ¿Y por qué no? El tiempo pasa muy de prisa hoy.

El Motel Miami Beach Modern, situado en una faja desértica al sur de Delaware, recuerda a los agotados conductores el ansiado lujo de un lugar de vacaciones en los trópicos y quizá hasta los persuade a renunciar a esa elegante plantación llamada Motel Monticello que está al otro lado de la frontera de Virginia. El verdadero hotel de Miami alude a la elegancia internacional de una playa brasileña, derivada a su vez del estilo internacional de un Corbu medio. Esta evolución desde unos orígenes altos a unos epígonos bajos pasando por etapas intermedias duró sólo treinta años. Actualmente, la etapa intermedia, es decir, la arquitectura neoecléctica de los años cuarenta y cincuenta, resulta menos interesante que sus adaptaciones comerciales. Las copias de Ed Stone a lo largo de las carreteras tienen más interés que el Ed Stone real. 

Imagen de Las Vegas: Inclusión y alusión en arquitectura

Tom Wolfe empleaba la prosa Pop para evocar imágenes poderosas de Las Vegas. Los prospectos de hotel y los folletos turísticos sugieren otras. J. B. Jackson, Robert Riley, Edward Ruscha, John Kouwenhoven, Reyner Banham y William Wilson han elaborado imágenes análogas. Las comparaciones entre Las Vegas y otras «zonas de placer» del mundo -Marienbad, la Alhambra, Xanadu o Disneylandia, por ejemplo- sugieren al arquitecto o al diseñador urbano que lo esencial en la imaginería de la arquitectura del ocio son la ligereza, la cualidad de oasis dentro de un contexto quizá hostil, el simbolismo enaltecido y la capacidad para que el visitante asuma un nuevo papel: durante tres días uno puede creerse centurión en el Caesars Palace, guardia montado en el Frontier, o play boy en el Riviera, y no un vendedor de Des Moines, Iowa, o un arquitecto de Haddonfield, New Jersey.

Sin embargo, hay imágenes didácticas que para nosotros es más importante llevarnos a casa, a New Jersey o a Iowa, que las imágenes de recreo: una es el Avis junto a la Venus; otra, Jack Benny bajo un frontón clásico con un anuncio de la Shell Oil a su lado, o la estación de gasolina junto al casino multimillonario. Estas imágenes muestran la vitalidad que puede llegar a tener una arquitectura de la inclusión o, por contraste, los mortecinos resultados a que se puede llegar con una preocupación excesiva por el buen gusto y el diseño total. El Strip pone de relieve el valor del simbolismo v la alusión en una arquitectura de espacios extensos y grandes velocidades, y prueba que la gente, arquitectos incluidos, se lo pasa bien con una arquitectura que le recuerda alguna otra cosa, quizá un harén o el salvaje Oeste en Las Vegas, tal vez los Padres de la Patria en New Jersey. La alusión y el comentario, al pasado, al presente, a nuestros grandes lugares comunes o nuestros viejos clichés, y la inclusión de lo cotidiano en el entorno, sagrado y profano, es justamente lo que le falta a la arquitectura moderna de hoy. Podemos aprender de Las Vegas como otros artistas han aprendido de sus propias fuentes profanas y estilísticas. 

 Los artistas Pop han demostrado el valor del viejo cliché que se emplea en un nuevo contexto para conseguir un significado nuevo -la lata de sopa en la galería de arte- para hacer insólito lo común. Y en literatura, Eliot y Joyce muestran, según Poirier, «una extraordinaria receptividad... a los idiomas, los ritmos, los artefactos asociados a ciertos entornos o situaciones urbanas. Los innumerables estilos de Ulises están tan dominados por ellos que en la novela sólo se producen intermitentes sonidos del propio Joyce y no existe un solo pasaje amplio que pueda atribuírsele claramente como algo diferenciado de un estilo imitativo». Poirier llama a esto el «impulso decreativo». El propio Eliot dice que Joyce hacía lo que podía «con los materiales que tenía a mano».

viernes, 24 de abril de 2015

Louis Kahn


El orden es
(Publicado en Perspecta 3, Yale Architectural Journal, 1955)

El Orden es
Diseñar es dar forma en orden
La forma emerge de un sistema de construcción
El crecimiento es una construcción
Hacer las cosas en orden, es fuerza creativa
Diseñar es el medio dónde, con qué, cuándo, con,
cómo
La naturaleza del espacio refleja lo que quiere ser
Un auditorio
¿es un Stradivarius o es una oreja?
Un auditorio
¿es un instrumento afinado para Bach o para
Bartok
ejecutado por el director, o es un salón de
convenciones?

En la naturaleza del espacio está el espíritu y la
voluntad de existir de cierto modo

El diseño debe seguir ajustadamente esa voluntad,
por lo tanto, un caballo pintado a rayas no es lo
mismo que un cebra.
Antes que una estación de trenes sea un edificio,
quiere ser una calle,
crece desde las necesidades de una calle, desde el
orden del movimiento, un lugar de encuentro de
contornos vidriados

A través de la naturaleza el por qué
A través del orden el qué
A través del diseño el cómo

Una forma emerge de los elementos estructurales
que le son inherentes
Una cúpula no se concibe cuando se plantean
preguntas sobre cómo construirla
Nervi engendra un arco
Fuller engendra una cúpula

Las composiciones de Mozart son diseños

Son ejercicios de orden intuitivos

El diseño estimula más diseños
Los diseños hacen derivar su imagen del orden
La imagen es la memoria la forma
El mismo orden creó el elefante y creó al hombre
Se trata de diseños diferentes
Surgieron de diferentes aspiraciones
Conformados desde diferentes circunstancias

Orden no implica Belleza

El mismo orden creo al enano y a Adonis

Diseñar no es hacer Belleza

La Belleza emerge de selecciones
afinidades
Integraciones
amor
Arte es una forma, una forma de hacer vida en orden
psíquico

El orden es intangible

Se trata de un nivel de conciencia creativa cada
vez más alto,
cuando más alto el orden, mayor la diversidad
en el diseño

El orden soporta la integración

De lo que el espacio quiere ser, lo extraño puede ser
revelado al arquitecto
Del Orden, el arquitecto va a derivar la fuerza
creativa y la capacidad de autocrítica para dar forma
a lo extraño
Y así la belleza va a desplegarse…



Cómo desarrollar nuevas formas de construcción
(Architectural Forum, noviembre 1954)

Deberíamos preocuparnos más por diseñar dispositivos estructurales que puedan contener las necesidades mecánicas de las habitaciones y espacios, sin esconderlas. Los cielorrasos suspendidos que ocultan la estructura, tienden a borrar la escala. La sensación que nuestra arquitectura actual necesita ser embellecida deriva, en parte, de nuestra tendencia a ocultar los encuentros y articulaciones, a esconder la forma en que las cosas están ensambladas. Si nos enseñaran a dibujar siguiendo los modos de construcción, desde el basamento para arriba y deteniendo la punta del lápiz en las juntas, el ornamento se desenvolvería desde nuestro amor por la perfección de la construcción y desarrollaríamos nuevos modos de edificación. Resultaría intolerable pegotear y embutir las luminarias y el material acústico, enterrar los conductos y cañerías. Cómo fue hecho y cómo funciona debe infiltrar todo el proceso de construcción.



Espacio, forma, uso
(The Pennsylvania Triangle, 1956 en referencia al proyecto de la Biblioteca de la Washington University en St. Louis)

Una biblioteca debe ofrecer un sistema de espacio adaptable a las necesidades en el tiempo; los espacios y su consecuente forma como edificio, deben surgir de una interpretación amplia del uso más que de la satisfacción del programa para una sistema específico de funcionamiento. El orden espacial de una biblioteca -que comprende las múltiples relaciones posibles entre libros, gente y servicios- puede tener una cualidad universal, ajustable a necesidades cambiantes, traducida en Arquitectura. El diseño de una biblioteca en torno a las influencias incipientes de los depósitos estandarizados para los volúmenes y con lugares de lectura, puede orientarse hacia una forma con dos tipos de espacios: uno para la gente, otro para los libros. Los libros y el lector no se relacionan de manera estática. Los libros y las formas de lectura pueden tener diferentes formas En las diferentes instancias de este proyecto, nuestro pensamiento se orientó entorno al deseo de encontrar un sistema de construcción espacial en el cual los boxes de lectura fueran inherentes al sistema de soporte que los cobijaba. Leer dentro de un espacio enclaustrado con luz natural en las cercanías de la envolvente parecía bueno.
Desde estas unidades espaciales más pequeñas se desplegarían espacios más y más grandes. Este sistema de espacios, si es inherente al sistema constructivo, se aproxima a lo que el arquitecto piensa que el espacio “quiere ser” y a cómo debe ser realizado.

La construcción con muros portantes en ladrillo, con sus nichos y bóvedas, tienen un orden estructural que puede proveer naturalmente este tipo de espacios. El hormigón y el acero, las formas obvias y económicas de construcción en nuestro tiempo, son adecuadas para las grandes luces y no para pequeños espacios. Y la necesidad de control solar pone en jaque estas grandes aberturas y debemos pensar en envolventes más sensibles a las orientaciones. La búsqueda de un sistema constructivo que pueda incluir la protección solar apropiada y los pequeños rincones de lectura podría, si se lo encuentra, cantar alegremente como Arquitectura.

Combinar el control solar y el soporte en el mismo material estructural sería un desperdicio de la fuerza estructural. Sin embargo, un continuo de columnas huecas en hormigón o acero en el perímetro, podría actuar como un armazón espacial vertical capaz de soportar losas pretensadas de grandes luces, satisfaciendo los temas de orientación y la formación de estos espacios característicos.

El diseño:
La forma piramidal coloca las mayores áreas próximas al suelo, y un esquema en cruz admite que la luz penetre en el interior del edificio. Los espacios para los libros y para la lectura no se distinguen unos de otros. Hay espacios altos para algunas áreas singulares y espacios bajos para las pequeñas habitaciones o las áreas tabicadas. Los espacios claustrales no se desarrollan desde el tramado de la estructura sino que están cavados desde un sistema espacial dividido por muebles de madera abrazando las ventanas. El sistema de columnas y dársenas permanece consistente cuando el edificio retrocede para dar una iluminación cenital a los altos espacios interiores y a los niveles intermedios abiertos a ellos. La estructura está compuesta de columnas de hormigón que soportan unas crujías cuadradas premoldeadas en material liviano, que proveen el espacio para el aire acondicionado y la iluminación.

Este artesonado, de un material acústicamente absorbente, provee el encofrado para las vigas y losas de hormigón. Sirven para difundir la luz emitida desde una luminaria central y los conductos de aire acondicionado están alojados entre este casetonado y las vigas. Las columnas se reducen en tamaño a medida que disminuye la carga, pero las columnas perimetrales fueron pensadas para soportar un piso más, haciendo posible, futuras ampliaciones en las que la expansión en pequeñas unidades espaciales será posible sin destruir la concepción original en masa y detalle. El control solar de la fachada sur es a través de aleros horizontales fijos de metal revestido en plomo, formando una malla abierta con un motivo geométrico. En la fachada oeste el control solar es a través de una malla de aletas en V fijas, en dos capas. Las vistas son a través de esta grilla.